Entre el "¡ay!" y el "¡ole!"

Fernando Fernández Román
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Entre el "¡ay!" y el "¡ole!" - Foto: JJ Guillen (EFE)

Madrid, 10 de mayo de 2025. Segunda de abono.

Ganadería: El Pilar. Corrida floja y complicada, excepto el segundo, bravo y encastado. Quinto y sexto devueltos a los corrales, sustituidos por dos cinqueños de Castillejo de Huebra y Villamarta, que tampoco aportaron demasiado. Toreros: Diego Urdiales (Pinchazo y estocada que asoma, silencio y estocada efectiva, silencio), David Galván (estocada arriba, dos avisos, petición de oreja y vuelta y gran estocada, vuelta al ruedo) y Víctor Hernandez (media sin puntilla, oreja y tres pinchazos y estocada rinconera, aviso y ovación). Subalternos: destacaron en banderillas Yelmo Álvarez y en la en la brega Jarocho. Entrada: Casi lleno. Incidencias: tarde ventosa que acabó con un bajón de la temperatura.

Venía Urdiales de torear divinamente en Sevilla y ello, supuestamente, debería nada de eso Existe por aquí una especie de pugilato, un duelo Madrid-Sevilla que viene a ser algo así como la activación de un acanteo, absurdo y tontorrón, entre ambas aficiones que uno no termina de digerir. En mi camino hacia las Ventas reflexionaba sobre el tema y me temía que ese triunfo sevillano, curiosamente, podría suponer un incentivo receloso, en vez de un acicate más para el optimismo. Ello me hizo recordar un hecho vivido en el callejón de Las Ventas en octubre del 88, si no recuerdo mal, con el novillero sevillano Antonio Manuel Punta, a la sazón promesa firme de la afición de Sevilla. Comoquiera que ese día no estuvo el muchacho inspirado, precisamente, salió una voz del 7, tronando: "¡Vete a Sevilla"!... y el banderillero Curro Puya, que iba en su cuadrilla, me susurró: "¡Anda, que le ha mandado a mal sitio!… "

Pues bien, a la postre, nada de lo antedicho tuvo el menor viso de certidumbre. La corrida de El Pilar, alta de cruz y larga de viga, decepcionó en su conjunto por la flojedad de la mayoría de los toros; así que ni Madrid ni Sevilla ni Dios que lo fundó. Diego Urdiales se estrelló con un lote de embestida incierta y ratonera, imposible para practicar el arte que atesora. El primero, porque no tardó en ponerse a la defensiva y el cuarto, mal picado y disperso, que cortó descaradamente en banderillas, no le dio la más mínima opción. Venir a Madrid con el paladar dulce de la Maestranza y tragarse dos "prendas" amargas y duras, debe desesperar al más pintado. Menos mal que anduvo listo y certero con la espada.

David Galván se encargó de poner los dientes largos al público madrileño con su templado toreo de capa y muleta en el segundo toro de la corrida. Fue un único "pilarista" que lució encastada bravura, aunque protestara en varas y se mostrara "orientado" en el segundo tercio. Cuando Galván se asentó en la arena no tardó en galvanizar al público con su toreo reposado y ceñido, de gran impacto en las primeras tandas. Embestía el toro como un tren, pero el torero hizo de maquinista sereno y eficaz, calentado por momentos el ambiente de la Plaza, a pesar de la continua molesta del viento. La faena fue larga y la estocada soberbia, pero el tiempo pasó y sonaron dos avisos. Le pidieron la oreja, pero con dos avisos encima parece que la negativa estuvo justificada. En quinto lugar salió el primer sobrero de la corrida, un toro negro, rabilargo y guapo, de carnes redondeadas con el hierro legendario de Castillejo de Huebra, el de los "patas blancas" de Sánchez Cobaleda. Su mejor virtud fue una magnánima nobleza, tan magnánima que acabó convirtiéndose en desesperante sosería. David se metió con él y le sacó todo el fondo de bravura que almacenaba en las entrañas. No se puede estar mejor con un toro que pasa sin molestar y no transmite una mínima emoción a los tendidos. Otra gran estocada facilitó el vuelo de pañuelos, menos, esta vez. La vuelta al ruedo fue el premio a una labor impecable con dos toros bien distintos.

Y cuando la tarde comenzó a fruncir el ceño por la flojedad de los colorados de El Pilar, entro en liza Víctor Hernández, un torero que está ahí agazapado en la rastrojera de un año a la intemperie, fuera de las ferias de tronío. Para él, era tarde de cara o cruz. Sabe que está "canino" y tiene que triunfar, sí o sí, salga el toro como salga. Y lo que le salió como primero del lote fue una "prenda" que cortaba los inciertos viajes, reponía terreno a la salida de los pases revolviéndose con arteras intenciones. Diríase que traía el hule del quirófano en la cornamenta. Víctor se jugó la vida en cada trance. Se pasaba al toro por la faja y cada pase era un "¡ay! de escalofrío en el público; pero acabó consiguiendo que brotaran "¡oles!" como truenos y ovaciones cerradas, de sincera admiración. Y es que trocar el "¡ay!" por el "¡ole! Suele ser una quimera. Mató al toro de media estocada sin puntilla y la oreja no tuvo discusión. Estaba la gente esperando que el sexto de la tarde le entregara la llave de la puerta grande, pero el sobrero de Villamarta, que estaba a punto de cumplir seis añitos, apenas le dio opciones. Y es pena que así fuera, porque Víctor Hernández estuvo más firme que la mar. Y la mar, ya se sabe, trae marejada, pero también riqueza.

Salimos de la Plaza con las cremalleras del tabardo cerradas hasta la barbilla. Y es que la tarde acabó pesando como una losa. Y, encima, el viento. ¡Qué frío! Brrr…