Hace apenas un año, la tierra tembló en Marruecos. Un violento terremoto de 6,8 grados en la escala de Richter sacudió la cordillera del Atlas, llevándose consigo la vida de 3.000 personas debido a que las endebles estructuras de sus casas se convertían en amasijos de escombros de adobe y madera. La aldea de Tafagajt, que no estaba preparada para este tipo de catástrofe natural, fue una de las más afectadas y alberga ahora a un centenar de vecinos que han comenzado a reconstruir sus hogares, lidiando con el viento, el calor y la lluvia desde sus precarias tiendas de campaña.
Aunque hayan pasado 365 días de la tragedia, el área no ha experimentado grandes cambios. Las familias de este pueblo humilde, que sobrevive a base de la poca agricultura que permite la sequía y los animales que consiguen encontrar pasto, encaran el doloroso aniversario con un solo objetivo: volver a levantar sus casas. La reparación de las 55.000 viviendas afectadas por el seísmo avanza poco a poco en las montañas del sur de Marrakech gracias a las ayudas estatales, pero a día de hoy solo un millar se han reconstruido, un número que las autoridades esperan aumentar a 12.000 para final de año.
En Tafagajt, donde decenas de damnificados han emigrado a las ciudades, los vecinos han comenzado ya a hacerlo, pero varios denuncian que el dinero no les llega, dado que las listas de espera de los constructores son largas y las disputas familiares también dejan a algunos sin vivienda.
Las familias sobreviven gracias al ganado y la agricultura - Foto: YOAN VALATMarruecos dedicó 11.000 millones de euros a la reconstrucción del terremoto, que afectó sobre todo a una zona empobrecida marcada por una orografía abrupta de montañas de más de 4.000 metros de altitud, expuesta a un clima extremo de calor, nieve, inundaciones y tormentas. El ingeniero Anas Basraoui, del Comité de Reconstrucción de la Provincia de Al Haouz, achaca los retrasos a la mano de obra y materiales escasos, al terreno -que obliga incluso a subir los elementos en mulas, y a la tarea de reubicar a miles que vivían en zonas rojas sísmicas.
También influyen los conflictos familiares que paralizan las obras, ya que la subvención, de entre 7.300 (para rehabilitar) y 13.000 euros (reconstruir), se otorga a una sola persona en hogares compuestos por varias grupos familiares. Además, los afectados reciben 230 euros mensuales el primer año como ayuda directa.
Según Basraoui, en Al Haouz -la región más afectada- de las casi 26.000 casas dañadas hay 400 reformadas y 1.000 a punto y se ha retirado el 90 por ciento de los escombros. Este técnico calcula que hasta dentro de 16 o 19 meses no habrá finalizado la reconstrucción total.
Los residentes se quejan de que las ayudas no les llegan - Foto: YOAN VALATAhora, la aldea de Tafagajt solo cuenta con dos casas habitables: la del concejal y la del agente de las autoridades locales o muqaddem. Mientras, los obreros se afanan en levantar otras, como la de Lahcen Boujdig, de 76 años, que ya ha terminado las paredes y la cubierta. Junto a la futura entrada de su vivienda de 70 metros cuadrados erigida con criterios antisísmicos, se queja de que la ayuda no le llega porque ha recibido la de rehabilitación, en lugar de reconstrucción.
Mientras, vive con su hija Nezha en una tienda contigua de tres estancias en la que se mezclan plástico, cañizo, vigas de madera, mantas y tela de saco. «Lo pasamos muy mal con el calor», asegura. Su refugio está algo aislado del que ahora es el centro de la aldea, donde varios locales se agolpan entre calles estrechas de barro, ubicados a unas decenas de metros del lugar que hace un año sirvió de improvisado cementerio, que hoy alberga 79 tumbas con una misma fecha inscrita.
Calor y viento, enemigos
En la aglomeración de jaimas -como se les conoce allí a las tiendas de campaña- está Amina Benbrik, que no sabe cuántos años tiene pero sus arrugas denotan más de 70. Los días de viento se refugia en casa de su vecina porque su nueva casa puede caer. Es soltera y residía en otra vivienda con su hermano, pero fue él quien recibió la ayuda y ahora, indica, «solo construye para él». «Mi futuro es una tienda de campaña. Y aquí sufrimos. Tenemos que salir para resguardarnos del calor bajo los olivos», explica.
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Por las calles camina también Abderrahim El Fathi, que hace un año pasó tres horas bajo los escombros en la casa colapsada donde murió su suegro. Y es que todos en Tafagajt tienen su trocito de dolor compartido. «Cuando nos reunimos ni comemos, ni bebemos, solo recordamos a los muertos y lloramos», lamenta.