El energúmeno, mal vestido, que apareció ya con las luces apagadas, gesticulando entre blasfemias y gruñidos, hablaba de modo incesante con su pareja, tal vez ebrio, tal vez solo un loco de esos que ahora algunos piensan tienen derecho a todo, pisando lo de los demás. Arrodillado, arrobado por la música, gritaba entre espasmos, hasta que lo echaron, descamisado, en un estreno en que la gente viste con mayor elegancia, cual tributo a la Navidad, como Carmen Lomana, que iba resplandeciente, según es usual, entre otras bellezas. El vestuario de época resultaba maravilloso. Mucho blanco y negro. Varias personalidades habían acudido a disfrutar del estreno, como el expresidente de Gobierno, José María Aznar y Ana Botella, el presidente de la Asamblea de Madrid, embajadores del Japón o México... El ministro del interior, Fernando Grande Marlaska, acechaba el drama político: el espionaje es clave, con la decoración de una puesta de escena simbólica, moderna y muy sobria, pero correcta, donde el primer acto transcurre en palacio, con orejas y ojos grabados en las paredes. El último se desarrolla en el cadalso inspirado por el diseño que perduró del terrible hecho histórico. Ahí la infausta reina perdió la cabeza, como otras que se hicieron familiares en un baile de decapitaciones que pondría la base intelectual para ejecutar Cromwell a Carlos I y luego para lo acontecido con la Revolución Francesa. Ejecutar a testas coronadas era considerado antes un sacrilegio y luego se convirtió casi en una moda que llegó hasta la Revolución Rusa.
En Navidad es costumbre que el Teatro Real prepare una ópera gustosa para el gran público, como María Estuardo, de Gaetano Donizetti, que se basó en la tremenda tragedia homónima de Friedrich Schiller. El compositor de Bérgamo, nacido bajo la ocupación austríaca, en 1797, y uno de los máximos representantes del bel canto con Rossini y Bellini, fue sumamente prolífico: 75 óperas. Conocido ahora sobre todo por El elixir de amor, Lucía de Lammermoor, Don Pascuale o La hija del regimiento, escribió una trilogía sobre el convulso período de los Tudor, fallecido Enrique VIII, con las disputas de protestantes y católicos. Isabel I de Inglaterra, que sería cabeza de la Iglesia anglicana, recluye durante 18 años a María I de Escocia, después de huir de una revuelta, para luego ejecutarla, considerándola conspiradora, pretendiendo heredar el trono inglés. El romántico drama histórico, con su conocido final, se centra en la tensión psicológica, con fondo político. La pasión amorosa es secundaria, como la del conde de Leicester por la condenada. Es fundamentalmente una tragedia monárquica. Donizetti también sufrió un final trágico, como Hölderlin o Nietzsche. Fallecida su mujer y sus tres hijos, la sífilis lo mató sumido en una total demencia.
Reinas contrincantes
En la obra se acusa a la Estuardo, deshonrada por sus amoríos, de casarse con el asesino de su esposo, pero, sobre todo, escandalizaron las injurias que dirige a su prima. María Estuardo le grita a Isabel I, después de humillarse ante ella, «Hija impura de Ana Bolena ¿hablas tú de deshonor? ¡Meretriz indigna, obscena (...) profanado está el trono inglés con tus pies, vil bastarda!»
Más fotos:
Los papeles de las dos reinas contrincantes son muy exigentes vocalmente, pero tanto la celosa y fría Isabel I, insegura y temible, en la poderosa voz de la mezzo rusa Aigul Akhmetishina, como la preciosísima voz de María Estuardo en boca de la soprano Lisette Oropesa, mostrando toda la delicadeza y finura del bel canto, estuvieron muy a la altura y el público se rompió las manos aplaudiendo después de algunas asombrosas arias. El papel de la Estuardo es complejísimo por los cambios del temor, la desesperación, la angustia o el despecho. Ambas resultaron portentosas en sus dúos y convencieron por su expresividad y el dominio de sus voces, terminando María antes de llegar al cadalso con la espléndida caballeta. Un reparto de lujo. El coro del Real, brillante, refinadísimo cuando acaba con los bajos. El titular de la Zarzuela, José Miguel Pérez Sierra, dirigió con gran brío, dominando las melodías, pero con gran fuerza dramática cuando se requería.