2009. Cuando Marlaska y Garzón encarcelaban a Otegi

Carlos Dávila
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Y cuando el viento nos llenaba de electricidad

2009. Cuando Marlaska y Garzón encarcelaban a Otegi

Primero fue, el cinco años ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska y luego, y más activamente, otro juez de los llamados «estrella»: Baltasar Garzón. Hoy, convertido en abogado de gran lujo de todos los trileros del mundo. Fue así: Garzón, regresó a la Audiencia Nacional después de haber sido traicionado -dijo él- por Felipe González, y en octubre de aquel año, en el que aún coleteaban los malhechores de ETA, decidió un buen día para España y la causa de la libertad, encarcelar al jefe de la banda, Arnaldo Otegi, y al perejil de todas las salsas filoetarras, Rafi Díaz Usabiaga.

Ellos y cinco conmilitones más entraron en el trullo porque Garzón les consideraba -y era así- artificieros de un disfraz de los facciosos por nombre «Bataragune». ETA en aquellos tiempos había asesinado a dos guardias civiles y a un policía nacional y había intentado, sin éxito, volar una casa-cuartel de la Benemérita, por eso a Garzón, el Garzón de entonces, tan diferente al de ahora, no le tembló el pulso enviando a los dos delincuentes a Soto del Real. Estaba avalado Garzón en aquel instante por una decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que sentenció que nuestra Ley de partidos, consensuada por el PP y el PSOE a la sazón, y ya volada por el Gobierno de Pedro Sánchez Castejón, era perfectamente acorde con la norma europea y, a mayor abundancia, dictaminó que Batasuna, el denominado «brazo político» (un eufemismo que encerraba la misma cosa) estaba perfectamente ilegalizada. Un triunfo para nuestro país que sirvió también para que los vecinos galos aumentaran su presión sobre los terroristas escondidos tras los Pirineos. De tal modo que, en aquellos 10 meses, la Policía gala detuvo al sucesor del sanguinario Garikoitz Azpiazu, alias Txeroki, un tiparraco infame al que luego, en 2022, Marlaska, fíjense, organizó una gira por las prisiones españolas para que el criminal se reuniera con sus congéneres. Todo eso, antes de ser devuelto a Francia donde volvió al sumidero carcelario.

 Eran momentos, como se ve, muy distintos a los actuales, incluso para una noticia mala y otra buena, que ahora tienen un contrapunto opuesto por el vértice del dato. La mala fue que, a principio del «año del buey» (tan paciente él) la Encuesta de Población Activa reflejó un desastre: más de cuatro millones de parados en España, el 17,36 por ciento, una cifra que rápidamente se quedó corta al llegar diciembre: 4.326.000 ciudadanos a la búsqueda de empleo. Y, encima, con un déficit del 11,4 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), alarmas que la vicepresidenta del Gobierno, la señora Salgado, no pudo disimular con sus reiterados anuncios de la producción de «brotes verdes»» en nuestra economía. Pero había otra producción -esa fue la noticia buena- mucho mejor para la constancia y la propaganda: por primera vez nuestro país se electrificaba con más de un 50 por ciento llegado desde los molinillos eólicos que tanto afean nuestros paisajes, pero esa es otra cuestión. España vivía por entonces ahíta de buenas informaciones porque verdaderamente la actualidad no iba por ese camino. Cataluña salía de sus espasmos seculares y empezaba a reclamar una independencia que será siempre la asignatura pendiente de los secesionistas del Principado. Al albur de la protesta popular se sumaron los 10 periódicos catalanes más señalados que, insólitamente y por primera vez que pueda recordarse, redactaron y publicaron un editorial conjunto que llevaba por título: La dignidad de Cataluña, una apuesta indisimulada en favor de la huida de España. Hasta La Vanguardia, llamada «Española» tantos años, se fotografió entusiásticamente en aquel texto.

 Y en medio de todo este alboroto, la población se sacudió con el secuestro de un buque español, el Alakrana, al sur de las costas de Somalia, lugar marino, ya se sabe, poblado de piratas de la peor condición. El asalto duró 47 días al término de los cuales, y tras la entrega por parte de nuestro Centro Nacional de Inteligencia de cuatro millones de euros, los forajidos consintieron en dejar en libertad la embarcación. El jefe de aquella operación fue el teniente general José Julio Rodríguez, después convertido en furioso comunista de la mano del emprendedor de Podemos, Pablo Iglesias Turrión. Ciertamente, los españoles miramos a otro lado ante la certeza de que nuestro Estado pagaba rescates. Un auténtico desatino del que se aprovechó la banda terrorista ETA para manifestar a su diario de cabecera Gara que también ellos se habían beneficiado de la generosidad de nuestra democracia. En fin.

 Aquel suceso tan estrambótico y tan negativo para nuestra imagen exterior rápidamente fue glosado en la biblioteca del Siglo XXI, La Wikipedia de nuestros aciertos y desaciertos, que ya en ese momento inscribía más de medio millón de artículos. También en sus trazos quedó reflejada la inmensa victoria de Aberto Núñez Feijóo que, contra todos los pronósticos, arrolló en las elecciones de su tierra, Galicia, con un porcentaje lindando el 45 por ciento del censo votante. Lo del País Vasco marchó en dirección contraria porque, también contra la costumbre inveterada en todos los comicios realizados, el PNV entregó la cuchara de comer, Ajuria Enea, al PSOE. El inefable Patxi López fue investido como lehendakari gracias a los electores de su partido y a los del Popular. López gobernó en solitario y, como dijo entonces y repite cuando se le pregunta, Jaime Mayor Oreja: «Nunca Patxi agradeció el detalle». 

 Ya se ve que estábamos de cambios. El más sonado se produjo con la llegada de la moneda virtual que ahora deambula por las finanzas mundiales: el Bitcoin, un invento mil veces denunciado que en opinión de los mejores y más reputados expertos mundiales, no ha cumplido con la labor histórica para la que fue creado. El dólar sigue sin rendirse y es moneda común en todo el universo, incluso en la Unión Europea, mucho menos en Cuba, que aquel año 2008 cumplió 50 años de la Revolución castrista. Bien lo reflejaron a la sazón los periódicos del régimen, los de aquí y los de allí que aprovecharon el mandato de Zapatero para hacerse lenguas de lo bien que funcionaba aquella democracia. Es un sarcasmo, claro. El único periódico nacional que no incluyó alabanzas fue el Boletín Oficial del Estado que el día 1 de enero había dejado de publicarse en papel. Y así continúa. 

 El país no paraba de manifestarse, sobre todo por la Ley del Aborto de supuestos patrocinada por Zapatero, pero sin embargo no rechistaba ante el escándalo monumental de nuestras cajas de ahorro, unas cavas sin fondo que habían arruinado la maltrecha economía nacional. Aquel ejercicio fue intervenida por el Banco de España la Caja de Castilla-La Mancha, un chiringuito organizado por el socialista Hernández Moltó al que tuvimos que rescatar los españoles con 3.000 millones de nuestros impuestos. Terrible noticia pero menos grave, desde luego, que la pavorosa desaparición de una muchacha sevillana, Marta del Castillo, cuyo cuerpo todavía no se ha encontrado. Por aquí se nos murió el general Sabino Fernández Campo, uno de los artífices de la Transición y sostén de la Corona española, también el enorme actor José Luis López Vázquez y el escritor de la Generación del 27, Francisco Ayala. Y por ahí fuera dejó de cantar Michael Jackson: Beat it, dejen ustedes de pelearse nos dejó como herencia.